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CONGRESO ECUMÉNICO INTERNACIONAL
Ávila, España, del 22 al 29 de julio de 2013
TESTIMONIO DE UN CAMINAR
ECUMÉNICO
0. INTRODUCCIÓN
Comienzo por agradecer a la Asociación Ecuménica
Internacional (IEF) el honor que me ha hecho invitándome a participar en su 42 Congreso.
Aunque ya en la situación de obispo emérito, sigo
"peregrinando" con el mismo entusiasmo con que acompañé, en la década
de los setenta del siglo pasado, el inicio del caminar ecuménico en Portugal,
que integraba los primeros encuentros de cristianos de distintas confesiones en
torno al estudio de la Palabra de Dios, con corazón abierto y con mucha
esperanza. ¡Cuántas veces, como los primeros cristianos en relación a la parusía,
me sentí arrebatado, en alegre confianza, viviendo la experiencia de la
diversidad, y pensando que era el tiempo en el que se iba a cumplir la voluntad
del Señor: Que todos sean uno.
Y entiendo
que a eso se debe la invitación a participar en este Congreso. La verdad es
que, no siendo yo teólogo, y perteneciendo a una Iglesia minoritaria en el
cuadro religioso de mi país, aunque forme
parte de una comunión de Iglesias a nivel mundial, queda como única razón de la invitación mi experiencia
de más de 40 años de caminar ecuménico. Por lo tanto, a modo de testimonio,
empezaré con sencillas referencias de recuerdo de los momentos vividos, y
compartiré el pensamiento elaborado a lo largo de estos años de participación
en el diálogo institucional, en organizaciones ecuménicas nacionales e
internacionales. Después, a partir de un breve análisis sobre los retos de la
globalización, me voy a permitir, con toda humildad, presentarles algunas
reflexiones sobre el tema del Congreso, en el contexto del camino hacia la
unidad. Todo esto con el misterio de Dios entretejido en la cultura de los
hombres.
1. ECUMENISMO VIVIDO: experiencia de comunión
1.1. Los primeros tiempos
Los ecos del ecumenismo comenzaron a oírse en
Portugal a finales de los años 60, como consecuencia de la ráfaga de aire
fresco venida del Concilio Vaticano II (1962-1965). Primero, de modo informal y
tímidamente, en el seno de pequeños grupos de fieles de distintas Iglesias, que
se reunían en casas particulares. En un ambiente acogedor, se leía y
reflexionaba sobre la Palabra de Dios, buscando luz para iluminar un camino de
aproximación, de descubrimiento mutuo, y de comunión, vividos especialmente en
la Diócesis de Oporto. Entretanto, las jerarquías de algunas Iglesias
comenzaron a reunirse, y formaron la Comisión Ecuménica de Oporto, con
una estructura de gobierno constituida por representantes de la Diócesis de
Oporto de la Iglesia Católica Romana, de la Iglesia Lusitana, de la Iglesia
Metodista, y con la presencia de la Iglesia Evangélica Alemana de Oporto y de
la Capellanía Inglesa de la misma ciudad. A partir de ahí, nacieron los
encuentros formales de reflexión,
ampliados a teólogos e historiadores.
1.2. Consejo Portugués de Iglesias Cristianas
(COPIC)
En 1971, fue creado el Consejo Portugués de Iglesias
Cristianas ─COPIC─, que integra las tres
Iglesias llamadas ecuménicas: Iglesia Lusitana (Anglicana), Iglesia Metodista e
Iglesia Presbiteriana. Eran Iglesias minoritarias en un país mayoritariamente
católico-romano. Se juntaron con el deseo de unirse entre sí, creando un
instrumento de cooperación y compañerismo que permitiese la consulta mutua, un
servicio social común (diakonía), reflexión teológica y acción ecuménica. La
preocupación era cultivar un “ecumenismo abierto”, o sea, un ecumenismo con
católicos romanos, ortodoxos y protestantes; un ecumenismo con las jerarquías y
con las bases; un ecumenismo de reflexión y de cooperación al servicio de la
sociedad.
Además de este Consejo, existía la Alianza
Evangélica Portuguesa, que abarcaba las Iglesias Evangélicas, no favorables al
espíritu ecuménico.
Más tarde, con la apertura del servicio público de
la televisión, se crearon dos programas televisivos (uno diario y otro semanal)
en los que las Iglesias cristianas y otras religiones podían expresar sus
opiniones, y dar noticia de sus actividades. Esos programas se siguen
emitiendo.
1.3. Encuentros Ecuménicos e Interconfesionales
Con ocasión del V Encuentro Ecuménico Europeo,
celebrado en Santiago de Compostela (1991), bajo los auspicios de la
Conferencia Ecuménica Europea (CEC) y de la Comisión de las Conferencias
Episcopales de Europa (CCEE), los participantes portugueses decidieron iniciar
una colaboración institucional en Portugal. Así nacieron los “Encuentros
Ecuménicos Nacionales”, el primero de los cuales tuvo lugar en 1992, entre
las Iglesias del COPIC y la llamada entonces Comisión para la Doctrina de la
Fe, de la Conferencia Episcopal Portuguesa.
En los primeros años, estos encuentros tuvieron un
fuerte impacto a nivel de los medios de comunicación social, pero se fue
perdiendo a medida que los resultados de la cooperación entre las Iglesias perdían
interés para el público en general. Sin embargo, estos encuentros, en los
cuales eran abordados los temas con seriedad y llaneza, dieron lugar a un mayor
y más profundo conocimiento recíproco
entre las Iglesias presentes, y a una mayor relación fraterna entre las
personas que participaban en ellos. Todo esto dio como resultado que se
percibiera la existencia de un nuevo equilibrio ecuménico en Portugal. De ahí
que los representantes de estos encuentros fueran invitados por el Vaticano
(Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos) y por
Ginebra (Comisión "Fe y Constitución", del Consejo Mundial de
Iglesias) a preparar el primer borrador del programa de la Semana de Oración por la Unidad de los
Cristianos de 1996, sobre el tema: "Mira que estoy a la puerta y
llamo" (Ap. 3, 20).
Paralelamente a estos encuentros, a partir de 1994,
comenzó en Portugal otra dimensión de la relación ecuménica, con la realización
de "Encuentros Interconfesionales" entre representantes de la Iglesia
Católica Romana y del Consejo
Portugués de Iglesias Cristianas (COPIC), por un lado, y de la Alianza
Evangélica Portuguesa, por otro.
De todo esto, resultaron iniciativas relevantes que
eran signo de vida mutua en el caminar hacia la unidad.
- La elaboración conjunta de programas anuales de la
Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, así como su desarrollo en
las Diócesis.
- La construcción de un Pabellón Interreligioso en
la "EXPO 98", el gran evento cultural que se celebró en Lisboa. Fue
una iniciativa inédita en Europa y en el mundo el hecho de que todas las
expresiones religiosas existentes en Portugal (cristianos, musulmanes,
budistas, hindúes, ba´hais y otras) pudiesen estar presentes.
- La publicación conjunta de la Carta Ecuménica, en Portugal.
- Las Jornadas Interconfesionales.
- El Fórum Ecuménico Joven, aprovechando el
ambiente vivido por los participantes portugueses en la II Asamblea Ecuménica
Europea, celebrada en Graz (Austria) en 1997, que llevó a la juventud a
implicarse en la aventura ecuménica, y que ha permitido la realización anual,
desde 1999, de celebraciones en diversas diócesis con gran participación de
jóvenes de la Pastoral de la Juventud Católica Romana y de los Departamentos de
Juventud de las tres Iglesias del COPIC.
1.4. Experiencia Ecuménica Internacional
También, a nivel internacional, he vivido una
experiencia ecuménica más diversa y más estructurada por mi presencia en la
Comunión de Porvoo (Finlandia), –relación de plena comunión entre Iglesias
Europeas Anglicanas y Luteranas del Norte– y en la Conferencia de las Iglesias
Europeas (CEC). Ahí, pude darme cuenta de las dificultades existentes en las
relaciones entre las Iglesias nacionales y, muy particularmente, en el cambio
de comportamiento que el Ecumenismo requiere.
2.
PENSANDO SOBRE EL ECUMENISMO: “Conversación” con el Espíritu
2.1. Del “primer amor” a la actualidad
Como todos sabemos, la tarea ecuménica estalló de
manera relevante con el Concilio Vaticano II. Es cierto que, ya entonces, las
Iglesias agrupadas en torno al Consejo Mundial de Iglesias, Ginebra, se movían
con gran entusiasmo por un deseo común de unidad. Pero fue en el tiempo posconciliar
cuando ese entusiasmo se desbordó, elevándose a un nivel jamás experimentado en
el seno de las confesiones cristianas.
La urgencia y la prioridad de la tarea ecuménica se
fueron imponiendo tan profundamente en la conciencia eclesial de las diferentes
Iglesias, que la cuestión de la división entre cristianos surge como
planteamiento de la identidad y credibilidad de los cristianos. El Concilio lo
reconocía: “Esta división, por tanto, contradice abiertamente la voluntad de
Cristo, y es escándalo para el mundo, como también perjudica la santísima causa
de la predicación del Evangelio a toda criatura” (Unitatis Redintegratio,
n.º 1). O sea, en aquel momento, la unidad de los cristianos era presentada
en la Iglesia como elemento ontológico, esencial y central de la vida eclesial –la
voluntad de Cristo─ y, también, como instrumento de servicio y testimonio para
que el mundo creyera. El “movimiento ecuménico” se expresaba como gracia del
Espíritu Santo, como uno de los frutos de la acción del Espíritu en nuestro
tiempo.
El inequívoco ardor por caminar hacia la unidad
alcanzó su clímax en 1966, cuando, en el primer encuentro del Arzobispo de Canterbury
con un Papa, Pablo VI puso su anillo episcopal de Obispo de Milán en el dedo
del Arzobispo Michael Ramsey, como señal de reconocimiento del episcopado
anglicano, y de su Iglesia como hermana de la Iglesia de Roma. También, después
del Vaticano II, el reputado teólogo dominico Edward Schillebeeck afirmaba:
"Podemos y debemos decir que hay más verdad (religiosa) en todas las
religiones juntas que en una sola, y esto es válido, también, para el
cristianismo”.
Sin embargo, el entusiasmo del “primer amor” se fue
perdiendo –como en la Iglesia de Éfeso (Ap. 2,4)– y el Movimiento Ecuménico empezó a entrar en la rutina, y a
ralentizarse, debilitándose la conciencia de su objetivo por intensificarse
otras conquistas y motivaciones. Luego, con la inexistencia de resultados en
las estructuras eclesiales, y la profunda transformación social, económica y
religiosa vivida en Europa, el Movimiento Ecuménico empezó a languidecer y,
naturalmente, a perder el vigor de otros tiempos. Transcurridos 50 años,
constatamos un verdadero desaliento y frustración del ecumenismo en la
actualidad. Veamos algunos testimonios:
50 años, constatamos un verdadero desaliento y
frustración del ecumenismo. Veamos algunos testimonios:
Un dominico inglés muy conocido, Timothy Radcliffe, que fue general de la Orden, profesor de teología en Oxford, escribió en
2007:
El cristianismo está gravemente
herido en su capacidad de testimoniar la unidad para la humanidad a causa de
las divisiones entre las Iglesias cristianas y las divisiones en el interior de
ellas mismas. 1
El Moderador del CMI, Walter Altmann, en su discurso
al Comité Central, en 2012, decía:
Hoy, cincuenta años después,
hay todavía mucho compromiso ecuménico.
Pero el entusiasmo parece haberse quedado en el pasado. Las conquistas a
lo largo del camino, desde 1962, han sido notables en muchos aspectos, pero, ciertamente, han quedado por debajo de las expectativas
que tuvimos y alimentamos. Muchos miran
hoy el Movimiento Ecuménico con escepticismo. Las Iglesias locales expresan su
frustración porque no se avanza más en el camino hacia la unidad. Existe una
tentación generalizada de destinar a otra cosa nuestra reflexión y nuestros
esfuerzos, intentando, cada vez más, mirar hacia dentro, a las necesidades y
retos de nuestra propia familia de fe, a la
que queremos fortalecer. Serán objetivos
buenos, ciertamente, pero solo
si
___________________________
1 Timothy Radcliffe
op en “What is the Point of Being a Christian? Burns and Oates, New York,
2007, pg. 164. La
traducción es nuestra.
no es a costa de nuestros
compromisos ecuménicos. 2
El ex arzobispo de Canterbury, Dr. Rowan Williams
decía, en 2010, que ya habíamos llegado a formulaciones teológicas importantes
sobre la misión y el ministerio de la Iglesia, hecho que por sí solo, podría
constituir una unidad entre las Iglesias cristianas históricas, mucho más
eficaz que la que vivimos. En un determinado momento, dice: “incluso en la
discusión sobre doctrinas y formas sacramentales, es evidente una poderosa
convergencia que nos lleva mucho más allá que cualquiera de las agotadas
polaridades”.3
También una eminente autoridad de la Iglesia
Ortodoxa de Moldavia y Bucovina, en Rumanía, el Metropolita Daniel, con quien
tuve reuniones privadas en la Conferencia de las Iglesias Europeas, decía hace
unos años:
Solo en la comunión vital
con Jesucristo –la Palabra viva– podemos ser y practicar lo que nos pide en lo
social y en la misión. Pero ¿cómo es posible que la Iglesia, estando dividida,
pueda ser señal de la luz de Jesús para que otros descubran la
excelencia del amor de Dios?
Sin embargo, el natural desaliento ante la falta de
resultados palpables del impulso primero hacia la meta de la unidad visible de
las Iglesias cristianas ha llevado también a un intento de “diálogo” y
“escucha” de lo que el Espíritu está diciendo a las Iglesias. Se reconoce un
cierto descorazonamiento por la continuidad de las divisiones, pues la falta de
progreso visible en la unidad institucional o en la organización ha reforzado
la impresión de que el ideal de una Iglesia unida es inaccesible, lo que está
minando gran parte de la energía y del entusiasmo que impulsó el Movimiento Ecuménico.
Creo que existe un riesgo real de creer que es una “meta inaccesible”, lo cual
nos está cerrando a las posibilidades de otros enfoques en la tarea ecuménica.
Sin embargo, es importante tener en cuenta que, afirmar, por la diversidad y el
pluralismo, que no existe una única expresión institucional del
cristianismo, no es tan malo, pues permite que la diversidad de nuestro
testimonio sea más creativa, variada y efectiva.
Pero, aunque nos encontremos desalentados, nos damos
cuenta de que el Espíritu Santo nos ha guiado haciendo crecer las relaciones
entre las Iglesias, lo que ha dado forma al ecumenismo en lo que se denomina
"la unidad de múltiples interconexiones", que va más allá de lo que
se ve, porque no es una cosa sola, sino muchos acontecimientos que se conectan,
convergen y se mueven libremente en el Espíritu, como, por ejemplo, vuestra
Asociación. O sea, también en medio de un débil entusiasmo, el Espíritu Santo,
en su fuerza orientadora, ha creado un ambiente de generosidad y de relación interpersonal
entre las diferentes tradiciones cristianas, lo que, sin significar una
capitulación ante la continuidad de la división, nos abre una nueva
___________________________
2 Altmann, Walter, Moderador del CMI, en su discurso
al Comité Central (28 agosto-5 sept. 2012). La
traducción
es nuestra.
3 Conferencia pronunciada en Roma, nov. 2010, en un
Simposio con motivo de la celebración del centenario del nacimiento del
Cardenal Willebrands. Se refiere al documento Harvesting the fruits (Recoger
los frutos), del cardenal Kasper. La
traducción es nuestra.
ventana en el edificio ecuménico, que nos permite
otra visión del Movimiento: la llamada "unidad espiritual".
Por eso, he aprendido que el Movimiento Ecuménico,
el camino del movimiento para la unidad de la Iglesia, se hace también, más
allá de los diálogos teológicos, en la comunión entre los fieles de las
diversas Iglesias. Encontrarnos nos permite despertar las conciencias a la
necesidad de mirarnos como hermanos, sin vestigios de superioridad, y, por
tanto, aceptarnos como parte unos de otros. Todo esto nos lleva a percibir que,
en verdad, no se puede decir a nadie
"no te necesito". Es decir, desde mi punto de vista, la convivencia
de los fieles de distintas Iglesias en un mismo espíritu pesa mucho más que el
elemento estructural y estructurado del diálogo teológico y doctrinal entre las
diferentes Iglesias. Así comprendemos mejor que, también en otras Iglesias, los
cristianos pueden cooperar estando unidos en la oración, unidos en espíritu, y,
sobre todo, unidos en la solidaridad con el mundo.
3. LOS RETOS
DE LA GLOBALIZACIÓN
En su oración por la unidad, Jesús expresa una
intención: para que el mundo crea. Es
necesario, por tanto, mirar hacia la realidad del “mundo” en que vivimos, e intentar conocerla.
3.1. Un mundo sin
“periferia” ni “lugares”
Nuestro tiempo es de cambio como jamás lo hubo desde
que el primer homo sapiens puso su
pie en la tierra. La globalización y las nuevas tecnologías de la información y
de la comunicación están haciendo realidad lo que se podrá llamar una explosión
de cambios.
Vivimos tal integración, a nivel planetario, que nos
hace ver un mundo sin periferia, un mundo que no deja nada fuera de sí, que lo
contiene todo. Nada queda fuera de él, suelto, aislado, o independiente,
perdido o protegido, salvado o condenado. Es una nueva comprensión del mundo;
los excluidos, los marginales no están allá fuera, pueden estar en el centro de
la ciudad; las amenazas no vienen de un lugar lejano y concreto, están en el mismo
corazón de la civilización. ¡Ni siquiera el fundador del Metodismo, John
Wesley, al decir "el mundo es mi Parroquia", tuvo nunca conciencia de
esa globalidad! Pero nosotros, en la época en que vivimos, nos damos perfecta
cuenta de lo que eso quiere decir. Pertenecemos a un mundo global sin límites.
A la vez, nos damos cuenta también de que ha desaparecido el concepto de lugar,
tal como lo conocíamos. Como escribe el filósofo vasco Daniel Innerarity: El espacio ya no es un obstáculo para la
acción; las distancias no cuentan, y pierden significado estratégico. Una vez
que se puede llegar con facilidad a todos los lugares del espacio, ya ninguno
de ellos es privilegiado.4 O sea, como él dice, "podemos
estar muy cerca de los que están lejos, y
___________________________
4 Daniel Innerarity en A
Sociedade Invisível, Editorial Teorema, 2009, pág. 112. La traducción es
nuestra.
muy lejos de los que están cerca".5
Además, las nuevas tecnologías de la comunicación
contribuyen decisivamente a la constitución de redes sociales, que acercan a
las personas y aumentan exponencialmente la diversidad y la libertad de
elección. En consecuencia, las culturas nacionales están en declive, y las
personas pierden valores de su identidad, o se agrupan en pequeños "nichos"
de pensamiento. O sea, la globalización nos acerca unos a otros como nunca: el
conflicto político de un lugar puede hacer explotar un incidente terrorista en
otro, a millares de kilómetros de distancia; la pobreza y otras calamidades de
acá mueven conciencias de allá. Pero, al mismo tiempo, este movimiento global
desvanece en nosotros lo que ayer nos identificaba en términos culturales,
sociales e incluso religiosos. En una palabra: la globalización nos lleva
inevitablemente a una especie de destino común.
3.2 Un mundo
con enormes problemas económicos y sociales
En lo que respecta a lo económico y social, los
efectos de la globalización están ahí. Ha aumentado tremendamente el abismo
entre pobres y ricos, perdiéndose completamente todo espíritu de justicia
económica y de reparto equitativo de los bienes entre las personas. En
realidad, de tanto intentar actuar en pro de un proceso de justicia igualitaria
en el proceso productivo y en el sistema económico vigente, al final, los ricos
son cada vez más ricos, y los pobres no solo han aumentado en número, sino que,
como cada vez son más pobres, están reducidos al ostracismo y a depender de
"limosnas" sociales que eternizan su condición de pobres. Estamos,
como se dice, "destinados al desastre". Y esto ocurre entre continentes, entre países y entre personas
del mismo país. Y a empeorar esta situación contribuye el desenfrenado
desarrollo tecnológico, que, desde sus inicios, limita y discrimina a los menos
hábiles y menos preparados entre los pobres del mundo, relegándolos a una
indigencia endémica sin retorno.
Ahora, volviendo a citar al filósofo Innerarity, “independientemente
del actual sistema económico, disminuir o aumentar las desigualdades, lo que
provoca es, sin duda, que sean menos soportables”.6 Y, por su parte, el epistemólogo Edgar Morin añade:
El desarrollo, con su carácter fundamentalmente técnico y económico,
ignora lo que no es calculable, mensurable, como la vida, el sufrimiento, la
alegría, la infelicidad, la calidad de vida, la estética, las relaciones con el
medio natural. 7
En suma, por un lado, la globalización nos
proporciona más opciones y nuevas oportunidades para alcanzar la prosperidad, y
un mejor conocimiento de la diversidad mundial. Pero, por otro, presenta una
fuerza demoledora, un huracán humano capaz de destruir vidas, empleos y
tradiciones, y, en consecuencia, el recrudecimiento del nacionalismo y del
fundamentalismo religioso.8
Con la actual crisis mundial, la sociedad
_______________________________
5 Daniel Innerarity, idem,
pág. 115.
6 Daniel Innerarity, idem,
pág. 127.
7 Edgar Morin en
A violência do mundo, Instituto Piaget, Lisboa, 2007, págs. 53 y 54.
La
traducción es nuestra.
8 Kofi Annan en Público de 26 de diciembre de 1999.
empieza a percibir un peligro que no solamente la
rodea sino que está dentro de ella misma. El sentido de la vida como base de la
existencia humana va escaseando, y las tradiciones que contribuían a ese
sentido se están diluyendo en la voracidad de un tiempo cada vez más exiguo,
que lleva a continuos cambios; el consumismo se asume como un ídolo que se
apodera del alma de las personas. En consecuencia, la naturaleza está en
riesgo, la biosfera está amenazada, y la mitad de la humanidad no se siente
reconocida. En una palabra, como afirmó alguien, “estamos en una sociedad
inundada por el miedo”. Por eso, surgen nuevos mitos y nuevos dioses.
Ahora bien, en este contexto de retos, están
creciendo también áreas de misión para el anuncio de Jesús resucitado. Sabemos
que la inspiración cristiana va dejando de ser una referencia para la cultura
dominante, pero nuestra experiencia de fe en Dios, que nos acompaña, nos lleva
a desear ser motivo de esperanza y de alegría por la salvación que Jesús nos
ofrece para este tiempo, a través del servicio de una Iglesia cristiana unida.
4. PIEDRAS
VIVAS DEL TEMPLO DE DIOS (1 Pedro 2, 5)
El tema del Congreso me sugiere algunas reflexiones
que me permito compartir con vosotros.
Una piedra, por ser materia inerte, solamente cobra
vida si algo la vivifica. Por eso, el Apóstol, al llamar "piedras vivas"
a los cristianos, quiere decir que, contrariamente a las piedras inanimadas de
los templos paganos, ellos están vivificados por su relación particular con
Cristo en el Bautismo. Esta idea es corroborada por Pablo: "Sois templo de
Dios y el Espíritu de Dios habita en vosotros" (1 Cor. 3, 16-17); "en
Cristo formáis parte de ese edificio, que
es la casa donde Dios habita por su Espíritu" (Ef. 2, 21-22). Esto es,
somos piedras vivas, porque estamos unidos a Cristo.
Ahora bien, esta denominación, elemento de identidad
de los cristianos, tiene un objetivo: "fuisteis escogidos para proclamar
las admirables obras de Dios". (v.9)
Entonces, somos "piedras
vivas" por la de fe para proclamar la acción de Dios entre los hombres. En
palabras de Benedicto XVI, en una homilía de consagración de obispos el 6 de enero de 2013: "Los
Magos siguieron la estrella, y así llegaron hasta Jesús, a la gran luz que
ilumina a todo hombre que viene a este mundo (cf. Jn 1,9). Como peregrinos de
la fe, los Magos mismos se han convertido en estrellas que brillan en el cielo
de la historia y nos muestran el camino". Por lo tanto, sabiéndonos "piedras
vivas", porque recibimos la vida que está en Jesús, somos llamados,
enviados, a ser testigos de esa "vida" que nos anima. ¿Cómo hacerlo?
4.1. La
perspectiva escatológica de la vida
Con la Encarnación de Jesús, Dios se hizo parte de
la historia de los hombres y, en ese sentido, la historia humana (finita y
limitada) es también historia divina (plena, escatológica). Así, el discurso
cristiano, que se produce en medio del sentir, pensar y vivir de los hombres,
no puede agotarse en sí mismo, más bien tiene que ser pregonero de un mensaje
que apunte al más allá, y ayude a la integración de las realidades últimas en
el aquí y ahora.
Así que, como “piedras
vivas”, se nos exige la máxima atención para no rendirnos a la lógica
perversa de la sociedad del espectáculo, que identifica la vida con logros y
éxitos, olvidando su finalidad última, su carácter escatológico.
Cuando valoramos, por encima de todo, la eficacia
concreta, el éxito de nuestras empresas, las multitudes que acuden a nuestros
eventos llenando calles y plazas, nos arriesgamos a dejarnos llevar
fundamentalmente por la forma de las cosas en detrimento de lo que es esencial,
confundiendo lo que es impresionante con lo que es importante. Como recomienda
S. Pablo, "No pongamos nuestros ojos en las cosas visibles, sino en las
invisibles; pues las cosas visibles son pasajeras, pero las invisibles son
eternas" (2 Cor. 4,18). O sea, cambiando nuestras coordenadas de visión, a
la luz de lo que el mundo nos presenta, nos apasionamos por lo humano, que es
pasajero, y olvidamos lo divino, que es lo definitivo, disminuyendo la dependencia
de la "fuente de la vida", y, de esa forma, mermando la vida de la "piedra"
que somos. Y esta es la razón por la cual, en muchas circunstancias de nuestra
relación inter-eclesial, caemos en la tentación de presentarnos ante los demás
con manifestaciones de preponderancia y de superioridad.
4.2. Ser
extranjero – "Estar en el mundo sin ser del mundo"
Los cristianos de los primeros siglos eran muy
conscientes de su condición de "extranjeros y peregrinos", por ser
tan extraños y "diferentes" respecto a la mentalidad de entonces.
Pedro les exhortaba a tener "un comportamiento ejemplar entre los
paganos" (1 Pedro 2, 11-12).
Esto es, ser "extranjero" exige conciencia
profunda de lo que uno es –fundamento de la unidad interior─, y capacidad de
expresar la diferencia con especial cuidado en la relación con otras personas,
respetando a todos, amando a los hermanos, temiendo a Dios (1 Pedro 2, 17).
Pero esta condición existencial implica un espíritu de pobreza y humildad (Lc.
22, 25-27) que ayuda a convivir con la presión permanente de lo "normal"
y de la "mayoría", renunciando a ser el único detentador del sentido,
y propietario de la verdad. Hoy, el reto para todos los cristianos,
independientemente de su identidad eclesial, es el de "articular verdad y
alteridad en el sentido de la comunión, de la escucha y del encuentro, y no de
la exclusión, de la arrogancia y de la autosuficiencia". 9
4.3. El
“otro”, la diferencia
La confianza y el diálogo que propician la
convivencia fructífera entre las personas y las Iglesias dependen también del
modo de "mirar" al "otro", de "mirar" la
diferencia. Como escribe Maalouf: es
nuestra mirada la que aprisiona muchas veces a los demás en
lo más íntimo de su ser, y es también nuestra mirada
la que tiene el poder de liberarlos.10 Además, es necesario tener conciencia de que
necesitamos del "otro" para descubrirnos a nosotros mismos. José Gil,
filósofo portugués, nos dice: Sin los
demás, yo no tendría un rostro. O sea, es en la relación con "el otro",
con el que es diferente, como se construye el yo y se perfecciona su identidad, condición inherente a todo ser
humano.
________________________________
9 Enzo Bianchi en Para um ética partilhada, Pedra
Angular, Lisboa, 2009, pág 30. La traducción es nuestra.
10 Amín Maalouf, en Identidades Assassinas, 1998, pág. 31. La traducción es nuestra.
Pero,
la cuestión básica de todo el diálogo ecuménico se expresa a la luz del modo
como yo veo al "otro", de la disponibilidad mental y afectiva con que
miro la realidad distinta de la mía (cf. Charta Oecumenica, n.º 3). Tenemos,
pues, que continuar con ahínco, con insistencia, por el camino de un
conocimiento mutuo cada vez mayor, pues, muchas veces, lo que tenemos dentro de
nosotros son "caricaturas" del otro. Ya decía Albert Einstein que es más fácil desintegrar un átomo que un
prejuicio. Solamente si estamos abiertos, sin prejuicios, al conocimiento
mutuo, a la confianza y al diálogo, es posible darnos cuenta realmente de qué
es lo que tenemos en común, comprender mejor al otro, no deformar sus
concepciones y sus prácticas, valorar suficientemente la tarea ecuménica (cf. Charta Oecumenica, n.º 3). Prejuicios,
sospechas y anatemas manchan la convivencia con las diferencias de los otros.
4.4. Una ética relacional en
la diversidad
La labor ecuménica –no podemos ignorarlo– se
presenta cada vez más como labor de diálogo intercultural y multicultural. Lo
que significa también que factores "no doctrinales" (o "no
dogmáticos") no solo han desempeñado un papel muy importante en las
divisiones entre las Iglesias, sino que continúan desempeñándolo. Por eso, se
tiene la percepción, que se va consolidando cada vez más, de que el camino del
futuro no pasa por constituir una Iglesia institucional, una, centralizada, con
tendencia a uniformar, sino por una "unidad en la diversidad", que
sea expresión verdadera y completa de la catolicidad de la Iglesia de
Jesucristo, en la diversidad de los tiempos, y en la multiplicidad de
experiencias distintas, en la riqueza complementaria de dones al servicio de
todos. Aunque se trate de una fórmula que necesita ser clarificada en sus
momentos y configuraciones concretas, es un indicativo de enorme valor para
superar cualquier tendencia a lo
monolítico.
Fijémonos en el símbolo de la Alianza de Dios con
Noé (Gen. 9, 9-13), el arcoíris. Allí, la luz blanca de Dios se refleja en
profusión de colores, la dignidad de la diferencia. Ese es el milagro en el
corazón del monoteísmo: del Dios uno en el cielo, se crea la diversidad en la
tierra. En realidad, la diversidad es el estado natural de la vida en la
tierra.
En Cristo crucificado y resucitado se unen Dios y la
humanidad. Es por Jesucristo por quien se nos revela una nueva forma de oír,
ver y expresar la realidad. En ese contexto, él fue –y sigue siendo– el faro a
cuya luz tiene sentido toda la historia humana y toda la vida humana. Pensar y
actuar así nos lleva a superar actitudes confesionales cerradas, a no
absolutizar los elementos histórico-culturales, relativos, coyunturales, que
afectan nuestra propia identidad confesional. Cada identidad confesional tiene
sus potencialidades y sus límites. Para caminar por la senda de la unidad, es
decisiva la conciencia de la complementariedad de las diversas vivencias
confesionales. Se pide a las Iglesias un esfuerzo mayor para construir entre
ellas una hermenéutica de confianza y de diálogo que proporcione una
convivencia abierta y sincera de intercambio y enriquecimiento mutuos para
recorrer los caminos y atajos en dirección a una unidad en lo esencial.
Así que, como dice el anterior Arzobispo
de Cantuaria, ganamos la capacidad que nos permite "tener la necesaria
humildad para comprender que todos vivimos en Iglesias imperfectas, todos
necesitamos conseguir, unidos en la esperanza, la plena presencia de Nuestro
Señor, y que, por tanto, todos debemos estar deseando recibir de los otros
cualquier don de Dios que nos pueda
ser dado a través de ellos." 11
5. “VOSOTROS
SOIS TESTIGOS DE TODAS ESTAS COSAS” (Lc. 24, 48)
Los Apóstoles fueron llamados a testimoniar a todas las naciones la pasión y
resurrección de Jesús, y la misericordia divina por el perdón de los pecados de
los arrepentidos, según las Escrituras. Esto es, fueron enviados a dar un testimonio "nuevo", a presentar una
nueva visión del mundo, iluminada por la centralidad cósmica de la persona de
Jesucristo resucitado, y expresada en la gran misericordia de Dios con el
pecador arrepentido. Y este es un plano que lleva a la unidad de la propia
humanidad. Por eso, Jesús afirma que este testimonio debe ser llevado "a todas las naciones, empezando por
Jerusalén". Es el tema de los
Hechos de los Apóstoles: la tarea de la Iglesia. De esto es de lo que nos habla
el visionario del Apocalipsis, cuando se refiere a un cielo nuevo y una tierra nueva (Apoc. 21, 1). Y, también por
eso, en los Hechos de los Apóstoles, se pone de relieve la acción del Espíritu
Santo, que da libertad a los discípulos para que den un testimonio vivo y hasta
martirial de la resurrección de Jesús (Hch. 4, 33), de su mesianismo (Hch. 18, 5),
de su vida pública (Hch. 10, 42), de su soberanía (Hch. 20, 21), del Reino de
Dios (Hch.28, 23).
La Carta Ecuménica para Europa dice:
Estamos convencidos de que la herencia espiritual del cristianismo
representa una fuerza inspiradora para el enriquecimiento de Europa. Sobre el
fundamento de nuestra fe cristiana nos comprometemos por una Europa humana y
social, en la que se hagan valer los derechos humanos y los valores
fundamentales de la paz, de la justicia, de la libertad, de la tolerancia, de
la participación y de la solidaridad.
Ahora
bien, eso significa que cada vez se hace más urgente la necesidad de una misión
centrada en Cristo, que subraye una cultura de responsabilidad, una educación
para el ejercicio de la libertad, una persistente denuncia de la idolatría del
poder a cualquier precio, del dinero a que se resume todo, del consumismo desenfrenado que
afecta al propio equilibrio emocional de niños y adultos. O sea, una misión de
educación para la comunión, a través de la fraternidad, de la solidaridad y de
la atención a las personas más vulnerables (pobres, niños, personas mayores y
parados), una misión de acogida inclusiva para todos sin excepciones, y una
misión de educación para el respeto por la creación.
La predicación de Cristo resucitado, como salvación
para la humanidad, exige un esfuerzo de cambio, de actitud conciliadora en la
diversidad, de respeto por las diferencias marginales, y de una definición
consensuada de referencias de la unidad que se está buscando. Para eso, es
necesario renovar comportamientos, cambiar modos de pensar, transformar corazones.
Como dice el
Profeta refiriéndose al
pueblo hebreo:
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11 Rowan Williams en Carta de Advento de 2011,
enviada a los Primados de la Comunión Anglicana. La traducción es nuestra.
"Desgarrad vuestro corazón y no vuestros
vestidos" (Joel 2, 13). Esto es,
tenemos que crecer en el espíritu de oración, asumir humildemente la condición
de pecadores, y avanzar hacia un arrepentimiento espiritual que nos haga crecer
en el diálogo, en la reconciliación, en la cooperación y comunión entre las
Iglesias y las personas. Así, mantendremos y renovaremos nuestra condición de
“piedras vivas” y, en la continuidad
de los Apóstoles, seremos verdaderos testigos del Señor resucitado, que es la
Salvación divina para un mundo ávido de comprensión y de amor.
Fernando Soares
Obispo emérito
de la Iglesia
Lusitana Católica Apostólica Evangélica (Comunión Anglicana)
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