miércoles, 4 de septiembre de 2013

CONGRESO ÁVILA PONENCIA DON FERNANDO SOARES


42 CONGRESO ECUMÉNICO INTERNACIONAL
   Ávila, España, del 22 al 29 de julio de 2013



TESTIMONIO DE UN CAMINAR ECUMÉNICO


0. INTRODUCCIÓN

Comienzo por agradecer a la Asociación Ecuménica Internacional (IEF) el honor que me ha hecho invitándome  a participar en su 42 Congreso.

Aunque ya en la situación de obispo emérito, sigo "peregrinando" con el mismo entusiasmo con que acompañé, en la década de los setenta del siglo pasado, el inicio del caminar ecuménico en Portugal, que integraba los primeros encuentros de cristianos de distintas confesiones en torno al estudio de la Palabra de Dios, con corazón abierto y con mucha esperanza. ¡Cuántas veces, como los primeros cristianos en relación a la parusía, me sentí arrebatado, en alegre confianza, viviendo la experiencia de la diversidad, y pensando que era el tiempo en el que se iba a cumplir la voluntad del Señor: Que todos sean uno.

 Y entiendo que a eso se debe la invitación a participar en este Congreso. La verdad es que, no siendo yo teólogo, y perteneciendo a una Iglesia minoritaria en el cuadro religioso de mi país, aunque forme  parte de una comunión de Iglesias a nivel mundial, queda  como única razón de la invitación mi experiencia de más de 40 años de caminar ecuménico. Por lo tanto, a modo de testimonio, empezaré con sencillas referencias de recuerdo de los momentos vividos, y compartiré el pensamiento elaborado a lo largo de estos años de participación en el diálogo institucional, en organizaciones ecuménicas nacionales e internacionales. Después, a partir de un breve análisis sobre los retos de la globalización, me voy a permitir, con toda humildad, presentarles algunas reflexiones sobre el tema del Congreso, en el contexto del camino hacia la unidad. Todo esto con el misterio de Dios entretejido en la cultura de los hombres.


1. ECUMENISMO VIVIDO: experiencia de comunión

1.1. Los primeros tiempos

Los ecos del ecumenismo comenzaron a oírse en Portugal a finales de los años 60, como consecuencia de la ráfaga de aire fresco venida del Concilio Vaticano II (1962-1965). Primero, de modo informal y tímidamente, en el seno de pequeños grupos de fieles de distintas Iglesias, que se reunían en casas particulares. En un ambiente acogedor, se leía y reflexionaba sobre la Palabra de Dios, buscando luz para iluminar un camino de aproximación, de descubrimiento mutuo, y de comunión, vividos especialmente en la Diócesis de Oporto. Entretanto, las jerarquías de algunas Iglesias comenzaron a reunirse, y formaron la Comisión Ecuménica de Oporto, con una estructura de gobierno constituida por representantes de la Diócesis de Oporto de la Iglesia Católica Romana, de la Iglesia Lusitana, de la Iglesia Metodista, y con la presencia de la Iglesia Evangélica Alemana de Oporto y de la Capellanía Inglesa de la misma ciudad. A partir de ahí, nacieron los encuentros formales de  reflexión, ampliados a teólogos e historiadores.


1.2. Consejo Portugués de Iglesias Cristianas (COPIC)

En 1971, fue creado el Consejo Portugués de Iglesias Cristianas  ─COPIC─, que integra las tres Iglesias llamadas ecuménicas: Iglesia Lusitana (Anglicana), Iglesia Metodista e Iglesia Presbiteriana. Eran Iglesias minoritarias en un país mayoritariamente católico-romano. Se juntaron con el deseo de unirse entre sí, creando un instrumento de cooperación y compañerismo que permitiese la consulta mutua, un servicio social común (diakonía), reflexión teológica y acción ecuménica. La preocupación era cultivar un “ecumenismo abierto”, o sea, un ecumenismo con católicos romanos, ortodoxos y protestantes; un ecumenismo con las jerarquías y con las bases; un ecumenismo de reflexión y de cooperación al servicio de la sociedad.
Además de este Consejo, existía la Alianza Evangélica Portuguesa, que abarcaba las Iglesias Evangélicas, no favorables al espíritu ecuménico.

Más tarde, con la apertura del servicio público de la televisión, se crearon dos programas televisivos (uno diario y otro semanal) en los que las Iglesias cristianas y otras religiones podían expresar sus opiniones, y dar noticia de sus actividades. Esos programas se siguen emitiendo.


1.3. Encuentros Ecuménicos e Interconfesionales

Con ocasión del V Encuentro Ecuménico Europeo, celebrado en Santiago de Compostela (1991), bajo los auspicios de la Conferencia Ecuménica Europea (CEC) y de la Comisión de las Conferencias Episcopales de Europa (CCEE), los participantes portugueses decidieron iniciar una colaboración institucional en Portugal. Así nacieron los “Encuentros Ecuménicos Nacionales”, el primero de los cuales tuvo lugar en 1992, entre las Iglesias del COPIC y la llamada entonces Comisión para la Doctrina de la Fe, de la Conferencia Episcopal Portuguesa.
En los primeros años, estos encuentros tuvieron un fuerte impacto a nivel de los medios de comunicación social, pero se fue perdiendo a medida que los resultados de la cooperación entre las Iglesias perdían interés para el público en general. Sin embargo, estos encuentros, en los cuales eran abordados los temas con seriedad y llaneza, dieron lugar a un mayor y más  profundo conocimiento recíproco entre las Iglesias presentes, y a una mayor relación fraterna entre las personas que participaban en ellos. Todo esto dio como resultado que se percibiera la existencia de un nuevo equilibrio ecuménico en Portugal. De ahí que los representantes de estos encuentros fueran invitados por el Vaticano (Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos) y por Ginebra (Comisión "Fe y Constitución", del Consejo Mundial de Iglesias) a preparar el primer borrador del programa de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos de 1996, sobre el tema: "Mira que estoy a la puerta y llamo" (Ap. 3, 20).

Paralelamente a estos encuentros, a partir de 1994, comenzó en Portugal otra dimensión de la relación ecuménica, con la realización de "Encuentros Interconfesionales" entre representantes de la Iglesia Católica Romana y del Consejo Portugués de Iglesias Cristianas (COPIC), por un lado, y de la Alianza Evangélica Portuguesa, por otro.

De todo esto, resultaron iniciativas relevantes que eran signo de vida mutua en el caminar hacia la unidad.

- La elaboración conjunta de programas anuales de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, así como su desarrollo en las Diócesis.
- La construcción de un Pabellón Interreligioso en la "EXPO 98", el gran evento cultural que se celebró en Lisboa. Fue una iniciativa inédita en Europa y en el mundo el hecho de que todas las expresiones religiosas existentes en Portugal (cristianos, musulmanes, budistas, hindúes, ba´hais y otras) pudiesen estar presentes.
- La publicación conjunta de la Carta Ecuménica, en Portugal.
- Las Jornadas Interconfesionales.
- El Fórum Ecuménico Joven, aprovechando el ambiente vivido por los participantes portugueses en la II Asamblea Ecuménica Europea, celebrada en Graz (Austria) en 1997, que llevó a la juventud a implicarse en la aventura ecuménica, y que ha permitido la realización anual, desde 1999, de celebraciones en diversas diócesis con gran participación de jóvenes de la Pastoral de la Juventud Católica Romana y de los Departamentos de Juventud de las  tres Iglesias del COPIC.

1.4. Experiencia Ecuménica Internacional

También, a nivel internacional, he vivido una experiencia ecuménica más diversa y más estructurada por mi presencia en la Comunión de Porvoo (Finlandia), –relación de plena comunión entre Iglesias Europeas Anglicanas y Luteranas del Norte– y en la Conferencia de las Iglesias Europeas (CEC). Ahí, pude darme cuenta de las dificultades existentes en las relaciones entre las Iglesias nacionales y, muy particularmente, en el cambio de comportamiento que el Ecumenismo requiere.
  


2. PENSANDO SOBRE EL ECUMENISMO: “Conversación” con el Espíritu

2.1. Del “primer amor” a la actualidad

Como todos sabemos, la tarea ecuménica estalló de manera relevante con el Concilio Vaticano II. Es cierto que, ya entonces, las Iglesias agrupadas en torno al Consejo Mundial de Iglesias, Ginebra, se movían con gran entusiasmo por un deseo común de unidad. Pero fue en el tiempo posconciliar cuando ese entusiasmo se desbordó, elevándose a un nivel jamás experimentado en el seno de las confesiones cristianas.
La urgencia y la prioridad de la tarea ecuménica se fueron imponiendo tan profundamente en la conciencia eclesial de las diferentes Iglesias, que la cuestión de la división entre cristianos surge como planteamiento de la identidad y credibilidad de los cristianos. El Concilio lo reconocía: “Esta división, por tanto, contradice abiertamente la voluntad de Cristo, y es escándalo para el mundo, como también perjudica la santísima causa de la predicación del Evangelio a toda criatura” (Unitatis Redintegratio, n.º 1). O sea, en aquel momento, la unidad de los cristianos era presentada en la Iglesia como elemento ontológico, esencial y central de la vida eclesial –la voluntad de Cristo─ y, también, como instrumento de servicio y testimonio para que el mundo creyera. El “movimiento ecuménico” se expresaba como gracia del Espíritu Santo, como uno de los frutos de la acción del Espíritu en nuestro tiempo.
El inequívoco ardor por caminar hacia la unidad alcanzó su clímax en 1966, cuando, en el primer encuentro del Arzobispo de Canterbury con un Papa, Pablo VI puso su anillo episcopal de Obispo de Milán en el dedo del Arzobispo Michael Ramsey, como señal de reconocimiento del episcopado anglicano, y de su Iglesia como hermana de la Iglesia de Roma. También, después del Vaticano II, el reputado teólogo dominico Edward Schillebeeck afirmaba: "Podemos y debemos decir que hay más verdad (religiosa) en todas las religiones juntas que en una sola, y esto es válido, también, para el cristianismo”.

Sin embargo, el entusiasmo del “primer amor” se fue perdiendo –como en la Iglesia de Éfeso (Ap. 2,4)– y el Movimiento Ecuménico empezó a entrar en la rutina, y a ralentizarse, debilitándose la conciencia de su objetivo por intensificarse otras conquistas y motivaciones. Luego, con la inexistencia de resultados en las estructuras eclesiales, y la profunda transformación social, económica y religiosa vivida en Europa, el Movimiento Ecuménico empezó a languidecer y, naturalmente, a perder el vigor de otros tiempos. Transcurridos 50 años, constatamos un verdadero desaliento y frustración del ecumenismo en la actualidad. Veamos algunos testimonios:
50 años, constatamos un verdadero desaliento y frustración del ecumenismo. Veamos algunos testimonios:

Un dominico inglés muy conocido, Timothy Radcliffe, que fue general de la Orden,  profesor de teología en Oxford, escribió en 2007:
              El cristianismo está gravemente herido en su capacidad de testimoniar la unidad para la humanidad a causa de las divisiones entre las Iglesias cristianas y las divisiones en el interior de ellas mismas. 1

El Moderador del CMI, Walter Altmann, en su discurso al Comité Central, en 2012, decía:
Hoy, cincuenta años después, hay todavía mucho compromiso ecuménico.  Pero el entusiasmo parece haberse quedado en el pasado. Las conquistas a lo largo del camino, desde 1962, han sido notables en muchos aspectos, pero, ciertamente, han quedado por debajo de las expectativas que tuvimos y  alimentamos. Muchos miran hoy el Movimiento Ecuménico con escepticismo. Las Iglesias locales expresan su frustración porque no se avanza más en el camino hacia la unidad. Existe una tentación generalizada de destinar a otra cosa nuestra reflexión y nuestros esfuerzos, intentando, cada vez más, mirar hacia dentro, a las necesidades y retos de nuestra propia familia de fe, a la  que queremos fortalecer.  Serán objetivos buenos, ciertamente,  pero  solo  si

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1 Timothy Radcliffe op en “What is the Point of Being a Christian? Burns and Oates, New York, 2007, pg. 164. La traducción es nuestra.
no es a costa de nuestros compromisos ecuménicos. 2


El ex arzobispo de Canterbury, Dr. Rowan Williams decía, en 2010, que ya habíamos llegado a formulaciones teológicas importantes sobre la misión y el ministerio de la Iglesia, hecho que por sí solo, podría constituir una unidad entre las Iglesias cristianas históricas, mucho más eficaz que la que vivimos. En un determinado momento, dice: “incluso en la discusión sobre doctrinas y formas sacramentales, es evidente una poderosa convergencia que nos lleva mucho más allá que cualquiera de las agotadas polaridades”.3

También una eminente autoridad de la Iglesia Ortodoxa de Moldavia y Bucovina, en Rumanía, el Metropolita Daniel, con quien tuve reuniones privadas en la Conferencia de las Iglesias Europeas, decía hace unos años:
Solo en la comunión vital con Jesucristo –la Palabra viva– podemos ser y practicar lo que nos pide en lo social y en la misión. Pero ¿cómo es posible que la Iglesia, estando dividida, pueda ser señal de la luz de Jesús para que otros descubran la excelencia del amor de Dios?


Sin embargo, el natural desaliento ante la falta de resultados palpables del impulso primero hacia la meta de la unidad visible de las Iglesias cristianas ha llevado también a un intento de “diálogo” y “escucha” de lo que el Espíritu está diciendo a las Iglesias. Se reconoce un cierto descorazonamiento por la continuidad de las divisiones, pues la falta de progreso visible en la unidad institucional o en la organización ha reforzado la impresión de que el ideal de una Iglesia unida es inaccesible, lo que está minando gran parte de la energía y del entusiasmo que impulsó el Movimiento Ecuménico. Creo que existe un riesgo real de creer que es una “meta inaccesible”, lo cual nos está cerrando a las posibilidades de otros enfoques en la tarea ecuménica. Sin embargo, es importante tener en cuenta que, afirmar, por la diversidad y el pluralismo, que no existe una única expresión institucional del cristianismo, no es tan malo, pues permite que la diversidad de nuestro testimonio sea más creativa, variada y efectiva.
Pero, aunque nos encontremos desalentados, nos damos cuenta de que el Espíritu Santo nos ha guiado haciendo crecer las relaciones entre las Iglesias, lo que ha dado forma al ecumenismo en lo que se denomina "la unidad de múltiples interconexiones", que va más allá de lo que se ve, porque no es una cosa sola, sino muchos acontecimientos que se conectan, convergen y se mueven libremente en el Espíritu, como, por ejemplo, vuestra Asociación. O sea, también en medio de un débil entusiasmo, el Espíritu Santo, en su fuerza orientadora, ha creado un ambiente de generosidad y de relación interpersonal entre las diferentes tradiciones cristianas, lo que, sin significar una capitulación ante la continuidad de la división, nos abre una nueva

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2 Altmann, Walter, Moderador del CMI, en su discurso al Comité Central (28 agosto-5 sept. 2012).  La 
   traducción es nuestra.

3 Conferencia pronunciada en Roma, nov. 2010, en un Simposio con motivo de la celebración del centenario del nacimiento del Cardenal Willebrands. Se refiere al documento Harvesting the fruits (Recoger los frutos),  del cardenal Kasper. La traducción es nuestra.
ventana en el edificio ecuménico, que nos permite otra visión del Movimiento: la llamada "unidad espiritual".

Por eso, he aprendido que el Movimiento Ecuménico, el camino del movimiento para la unidad de la Iglesia, se hace también, más allá de los diálogos teológicos, en la comunión entre los fieles de las diversas Iglesias. Encontrarnos nos permite despertar las conciencias a la necesidad de mirarnos como hermanos, sin vestigios de superioridad, y, por tanto, aceptarnos como parte unos de otros. Todo esto nos lleva a percibir que, en  verdad, no se puede decir a nadie "no te necesito". Es decir, desde mi punto de vista, la convivencia de los fieles de distintas Iglesias en un mismo espíritu pesa mucho más que el elemento estructural y estructurado del diálogo teológico y doctrinal entre las diferentes Iglesias. Así comprendemos mejor que, también en otras Iglesias, los cristianos pueden cooperar estando unidos en la oración, unidos en espíritu, y, sobre todo, unidos en la solidaridad con el mundo.



3. LOS RETOS DE LA GLOBALIZACIÓN

En su oración por la unidad, Jesús expresa una intención: para que el mundo crea. Es necesario, por tanto, mirar hacia la realidad del “mundo” en que vivimos,  e intentar conocerla.

3.1. Un mundo sin “periferia” ni  “lugares”

Nuestro tiempo es de cambio como jamás lo hubo desde que el primer homo sapiens puso su pie en la tierra. La globalización y las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación están haciendo realidad lo que se podrá llamar una explosión de cambios.

Vivimos tal integración, a nivel planetario, que nos hace ver un mundo sin periferia, un mundo que no deja nada fuera de sí, que lo contiene todo. Nada queda fuera de él, suelto, aislado, o independiente, perdido o protegido, salvado o condenado. Es una nueva comprensión del mundo; los excluidos, los marginales no están allá fuera, pueden estar en el centro de la ciudad; las amenazas no vienen de un lugar lejano y concreto, están en el mismo corazón de la civilización. ¡Ni siquiera el fundador del Metodismo, John Wesley, al decir "el mundo es mi Parroquia", tuvo nunca conciencia de esa globalidad! Pero nosotros, en la época en que vivimos, nos damos perfecta cuenta de lo que eso quiere decir. Pertenecemos a un mundo global sin límites. A la vez, nos damos cuenta también de que ha desaparecido el concepto de lugar, tal como lo conocíamos. Como escribe el filósofo vasco Daniel Innerarity: El espacio ya no es un obstáculo para la acción; las distancias no cuentan, y pierden significado estratégico. Una vez que se puede llegar con facilidad a todos los lugares del espacio, ya ninguno de ellos es privilegiado.O sea, como él dice, "podemos estar muy cerca de los que están lejos, y

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4 Daniel Innerarity en A Sociedade Invisível, Editorial Teorema, 2009, pág. 112. La traducción es  
     nuestra.
muy lejos de los que están cerca".5

Además, las nuevas tecnologías de la comunicación contribuyen decisivamente a la constitución de redes sociales, que acercan a las personas y aumentan exponencialmente la diversidad y la libertad de elección. En consecuencia, las culturas nacionales están en declive, y las personas pierden valores de su identidad, o se agrupan en pequeños "nichos" de pensamiento. O sea, la globalización nos acerca unos a otros como nunca: el conflicto político de un lugar puede hacer explotar un incidente terrorista en otro, a millares de kilómetros de distancia; la pobreza y otras calamidades de acá mueven conciencias de allá. Pero, al mismo tiempo, este movimiento global desvanece en nosotros lo que ayer nos identificaba en términos culturales, sociales e incluso religiosos. En una palabra: la globalización nos lleva inevitablemente a una especie de destino común.

3.2 Un mundo con enormes problemas económicos y sociales

En lo que respecta a lo económico y social, los efectos de la globalización están ahí. Ha aumentado tremendamente el abismo entre pobres y ricos, perdiéndose completamente todo espíritu de justicia económica y de reparto equitativo de los bienes entre las personas. En realidad, de tanto intentar actuar en pro de un proceso de justicia igualitaria en el proceso productivo y en el sistema económico vigente, al final, los ricos son cada vez más ricos, y los pobres no solo han aumentado en número, sino que, como cada vez son más pobres, están reducidos al ostracismo y a depender de "limosnas" sociales que eternizan su condición de pobres. Estamos, como se dice, "destinados al desastre". Y esto ocurre entre continentes, entre países y entre personas del mismo país. Y a empeorar esta situación contribuye el desenfrenado desarrollo tecnológico, que, desde sus inicios, limita y discrimina a los menos hábiles y menos preparados entre los pobres del mundo, relegándolos a una indigencia endémica sin retorno. 

Ahora, volviendo a citar al filósofo Innerarity, “independientemente del actual sistema económico, disminuir o aumentar las desigualdades, lo que provoca es, sin duda, que sean menos soportables”.6     Y, por su parte, el epistemólogo Edgar Morin añade:
El desarrollo, con su carácter fundamentalmente técnico y económico, ignora lo que no es calculable, mensurable, como la vida, el sufrimiento, la alegría, la infelicidad, la calidad de vida, la estética, las relaciones con el medio natural. 7

En suma, por un lado, la globalización nos proporciona más opciones y nuevas oportunidades para alcanzar la prosperidad, y un mejor conocimiento de la diversidad mundial. Pero, por otro, presenta una fuerza demoledora, un huracán humano capaz de destruir vidas, empleos y tradiciones, y, en consecuencia, el recrudecimiento del nacionalismo y del fundamentalismo religioso.8  Con la actual crisis mundial,  la sociedad
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5 Daniel Innerarity, idem, pág. 115.
6 Daniel Innerarity, idem, pág. 127.
7 Edgar Morin  en  A violência do mundo,  Instituto Piaget,  Lisboa,  2007,  págs. 53 y 54.   La              
   traducción es nuestra.
           8 Kofi Annan en Público de 26 de diciembre de 1999.
empieza a percibir un peligro que no solamente la rodea sino que está dentro de ella misma. El sentido de la vida como base de la existencia humana va escaseando, y las tradiciones que contribuían a ese sentido se están diluyendo en la voracidad de un tiempo cada vez más exiguo, que lleva a continuos cambios; el consumismo se asume como un ídolo que se apodera del alma de las personas. En consecuencia, la naturaleza está en riesgo, la biosfera está amenazada, y la mitad de la humanidad no se siente reconocida. En una palabra, como afirmó alguien, “estamos en una sociedad inundada por el miedo”. Por eso, surgen nuevos mitos y nuevos dioses.

Ahora bien, en este contexto de retos, están creciendo también áreas de misión para el anuncio de Jesús resucitado. Sabemos que la inspiración cristiana va dejando de ser una referencia para la cultura dominante, pero nuestra experiencia de fe en Dios, que nos acompaña, nos lleva a desear ser motivo de esperanza y de alegría por la salvación que Jesús nos ofrece para este tiempo, a través del servicio de una Iglesia cristiana unida.


4. PIEDRAS VIVAS DEL TEMPLO DE DIOS (1 Pedro 2, 5)

El tema del Congreso me sugiere algunas reflexiones que me permito compartir con vosotros.

Una piedra, por ser materia inerte, solamente cobra vida si algo la vivifica. Por eso, el Apóstol, al llamar "piedras vivas" a los cristianos, quiere decir que, contrariamente a las piedras inanimadas de los templos paganos, ellos están vivificados por su relación particular con Cristo en el Bautismo. Esta idea es corroborada por Pablo: "Sois templo de Dios y el Espíritu de Dios habita en vosotros" (1 Cor. 3, 16-17); "en Cristo formáis parte de ese edificio, que es la casa donde Dios habita por su Espíritu" (Ef. 2, 21-22). Esto es, somos piedras vivas, porque estamos unidos a Cristo.
Ahora bien, esta denominación, elemento de identidad de los cristianos, tiene un objetivo: "fuisteis escogidos para proclamar las admirables obras de Dios". (v.9) Entonces, somos "piedras vivas" por la de fe para proclamar la acción de Dios entre los hombres. En palabras de Benedicto XVI, en una homilía de consagración de obispos  el 6 de enero de 2013: "Los Magos siguieron la estrella, y así llegaron hasta Jesús, a la gran luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo (cf. Jn 1,9). Como peregrinos de la fe, los Magos mismos se han convertido en estrellas que brillan en el cielo de la historia y nos muestran el camino". Por lo tanto, sabiéndonos "piedras vivas", porque recibimos la vida que está en Jesús, somos llamados, enviados, a ser testigos de esa "vida" que nos anima. ¿Cómo hacerlo?
4.1. La perspectiva escatológica de la vida

Con la Encarnación de Jesús, Dios se hizo parte de la historia de los hombres y, en ese sentido, la historia humana (finita y limitada) es también historia divina (plena, escatológica). Así, el discurso cristiano, que se produce en medio del sentir, pensar y vivir de los hombres, no puede agotarse en sí mismo, más bien tiene que ser pregonero de un mensaje que apunte al más allá, y ayude a la integración de las realidades últimas en el aquí y ahora.
Así que, como “piedras vivas”, se nos exige la máxima atención para no rendirnos a la lógica perversa de la sociedad del espectáculo, que identifica la vida con logros y éxitos, olvidando su finalidad última, su carácter escatológico.

Cuando valoramos, por encima de todo, la eficacia concreta, el éxito de nuestras empresas, las multitudes que acuden a nuestros eventos llenando calles y plazas, nos arriesgamos a dejarnos llevar fundamentalmente por la forma de las cosas en detrimento de lo que es esencial, confundiendo lo que es impresionante con lo que es importante. Como recomienda S. Pablo, "No pongamos nuestros ojos en las cosas visibles, sino en las invisibles; pues las cosas visibles son pasajeras, pero las invisibles son eternas" (2 Cor. 4,18). O sea, cambiando nuestras coordenadas de visión, a la luz de lo que el mundo nos presenta, nos apasionamos por lo humano, que es pasajero, y olvidamos lo divino, que es lo definitivo, disminuyendo la dependencia de la "fuente de la vida", y, de esa forma, mermando la vida de la "piedra" que somos. Y esta es la razón por la cual, en muchas circunstancias de nuestra relación inter-eclesial, caemos en la tentación de presentarnos ante los demás con manifestaciones de preponderancia y de superioridad.

4.2. Ser extranjero – "Estar en el mundo sin ser del mundo"

Los cristianos de los primeros siglos eran muy conscientes de su condición de "extranjeros y peregrinos", por ser tan extraños y "diferentes" respecto a la mentalidad de entonces. Pedro les exhortaba a tener "un comportamiento ejemplar entre los paganos" (1 Pedro 2, 11-12).
Esto es, ser "extranjero" exige conciencia profunda de lo que uno es –fundamento de la unidad interior─, y capacidad de expresar la diferencia con especial cuidado en la relación con otras personas, respetando a todos, amando a los hermanos, temiendo a Dios (1 Pedro 2, 17). Pero esta condición existencial implica un espíritu de pobreza y humildad (Lc. 22, 25-27) que ayuda a convivir con la presión permanente de lo "normal" y de la "mayoría", renunciando a ser el único detentador del sentido, y propietario de la verdad. Hoy, el reto para todos los cristianos, independientemente de su identidad eclesial, es el de "articular verdad y alteridad en el sentido de la comunión, de la escucha y del encuentro, y no de la exclusión, de la arrogancia y de la autosuficiencia". 9

4.3. El “otro”, la diferencia

La confianza y el diálogo que propician la convivencia fructífera entre las personas y las Iglesias dependen también del modo de "mirar" al "otro", de "mirar" la diferencia. Como escribe Maalouf: es nuestra mirada la que aprisiona muchas veces a los demás en lo más íntimo de su ser, y es también nuestra mirada la que tiene el poder de liberarlos.10 Además, es necesario tener conciencia de que necesitamos del "otro" para descubrirnos a nosotros mismos. José Gil, filósofo portugués, nos dice: Sin los demás, yo no tendría un rostro. O sea, es en la relación con "el otro", con el que es diferente, como se construye el yo y se perfecciona su identidad, condición inherente a todo ser humano.

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9 Enzo Bianchi en Para um ética partilhada, Pedra Angular, Lisboa, 2009, pág 30. La traducción es nuestra.
10 Amín Maalouf, en Identidades Assassinas, 1998, pág. 31. La traducción es nuestra.

Pero, la cuestión básica de todo el diálogo ecuménico se expresa a la luz del modo como yo veo al "otro", de la disponibilidad mental y afectiva con que miro la realidad distinta de la mía (cf. Charta Oecumenica, n.º 3). Tenemos, pues, que continuar con ahínco, con insistencia, por el camino de un conocimiento mutuo cada vez mayor, pues, muchas veces, lo que tenemos dentro de nosotros son "caricaturas" del otro. Ya decía Albert Einstein que es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio. Solamente si estamos abiertos, sin prejuicios, al conocimiento mutuo, a la confianza y al diálogo, es posible darnos cuenta realmente de qué es lo que tenemos en común, comprender mejor al otro, no deformar sus concepciones y sus prácticas, valorar suficientemente la tarea ecuménica (cf. Charta Oecumenica, n.º 3). Prejuicios, sospechas y anatemas manchan la convivencia con las diferencias de los otros.

4.4. Una ética relacional en la diversidad

La labor ecuménica –no podemos ignorarlo– se presenta cada vez más como labor de diálogo intercultural y multicultural. Lo que significa también que factores "no doctrinales" (o "no dogmáticos") no solo han desempeñado un papel muy importante en las divisiones entre las Iglesias, sino que continúan desempeñándolo. Por eso, se tiene la percepción, que se va consolidando cada vez más, de que el camino del futuro no pasa por constituir una Iglesia institucional, una, centralizada, con tendencia a uniformar, sino por una "unidad en la diversidad", que sea expresión verdadera y completa de la catolicidad de la Iglesia de Jesucristo, en la diversidad de los tiempos, y en la multiplicidad de experiencias distintas, en la riqueza complementaria de dones al servicio de todos. Aunque se trate de una fórmula que necesita ser clarificada en sus momentos y configuraciones concretas, es un indicativo de enorme valor para superar cualquier tendencia a lo  monolítico.

Fijémonos en el símbolo de la Alianza de Dios con Noé (Gen. 9, 9-13), el arcoíris. Allí, la luz blanca de Dios se refleja en profusión de colores, la dignidad de la diferencia. Ese es el milagro en el corazón del monoteísmo: del Dios uno en el cielo, se crea la diversidad en la tierra. En realidad, la diversidad es el estado natural de la vida en la tierra.

En Cristo crucificado y resucitado se unen Dios y la humanidad. Es por Jesucristo por quien se nos revela una nueva forma de oír, ver y expresar la realidad. En ese contexto, él fue –y sigue siendo– el faro a cuya luz tiene sentido toda la historia humana y toda la vida humana. Pensar y actuar así nos lleva a superar actitudes confesionales cerradas, a no absolutizar los elementos histórico-culturales, relativos, coyunturales, que afectan nuestra propia identidad confesional. Cada identidad confesional tiene sus potencialidades y sus límites. Para caminar por la senda de la unidad, es decisiva la conciencia de la complementariedad de las diversas vivencias confesionales. Se pide a las Iglesias un esfuerzo mayor para construir entre ellas una hermenéutica de confianza y de diálogo que proporcione una convivencia abierta y sincera de intercambio y enriquecimiento mutuos para recorrer los caminos y atajos en dirección a una unidad en lo esencial.

Así que, como dice el anterior Arzobispo de Cantuaria, ganamos la capacidad que nos permite "tener la necesaria humildad para comprender que todos vivimos en Iglesias imperfectas, todos necesitamos conseguir, unidos en la esperanza, la plena presencia de Nuestro Señor, y que, por tanto, todos debemos estar deseando recibir de los otros cualquier don de Dios que nos pueda ser dado a través de ellos." 11

5. “VOSOTROS SOIS TESTIGOS DE TODAS ESTAS COSAS” (Lc. 24, 48)

Los Apóstoles fueron llamados a testimoniar a todas las naciones la pasión y resurrección de Jesús, y la misericordia divina por el perdón de los pecados de los arrepentidos, según las Escrituras. Esto es, fueron enviados a dar un testimonio "nuevo", a presentar una nueva visión del mundo, iluminada por la centralidad cósmica de la persona de Jesucristo resucitado, y expresada en la gran misericordia de Dios con el pecador arrepentido. Y este es un plano que lleva a la unidad de la propia humanidad. Por eso, Jesús afirma que este testimonio debe ser llevado "a todas las naciones, empezando por Jerusalén". Es el tema de los Hechos de los Apóstoles: la tarea de la Iglesia. De esto es de lo que nos habla el visionario del Apocalipsis, cuando se refiere a un cielo nuevo y una tierra nueva (Apoc. 21, 1). Y, también por eso, en los Hechos de los Apóstoles, se pone de relieve la acción del Espíritu Santo, que da libertad a los discípulos para que den un testimonio vivo y hasta martirial de la resurrección de Jesús (Hch. 4, 33), de su mesianismo (Hch. 18, 5), de su vida pública (Hch. 10, 42), de su soberanía (Hch. 20, 21), del Reino de Dios (Hch.28, 23).

La Carta Ecuménica para Europa dice:
Estamos convencidos de que la herencia espiritual del cristianismo representa una fuerza inspiradora para el enriquecimiento de Europa. Sobre el fundamento de nuestra fe cristiana nos comprometemos por una Europa humana y social, en la que se hagan valer los derechos humanos y los valores fundamentales de la paz, de la justicia, de la libertad, de la tolerancia, de la participación y de la solidaridad.

Ahora bien, eso significa que cada vez se hace más urgente la necesidad de una misión centrada en Cristo, que subraye una cultura de responsabilidad, una educación para el ejercicio de la libertad, una persistente denuncia de la idolatría del poder a cualquier precio, del dinero a que se resume todo, del consumismo desenfrenado que afecta al propio equilibrio emocional de niños y adultos. O sea, una misión de educación para la comunión, a través de la fraternidad, de la solidaridad y de la atención a las personas más vulnerables (pobres, niños, personas mayores y parados), una misión de acogida inclusiva para todos sin excepciones, y una misión de educación para el respeto por la creación.

La predicación de Cristo resucitado, como salvación para la humanidad, exige un esfuerzo de cambio, de actitud conciliadora en la diversidad, de respeto por las diferencias marginales, y de una definición consensuada de referencias de la unidad que se está buscando. Para eso, es necesario renovar comportamientos, cambiar modos de pensar, transformar   corazones.    Como    dice    el    Profeta   refiriéndose   al   pueblo   hebreo:
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      11 Rowan Williams en Carta de Advento de 2011, enviada a los Primados de la Comunión Anglicana. La            traducción es nuestra.
"Desgarrad vuestro corazón y no vuestros vestidos" (Joel 2, 13). Esto es, tenemos que crecer en el espíritu de oración, asumir humildemente la condición de pecadores, y avanzar hacia un arrepentimiento espiritual que nos haga crecer en el diálogo, en la reconciliación, en la cooperación y comunión entre las Iglesias y las personas. Así, mantendremos y renovaremos nuestra condición de “piedras vivas” y, en la continuidad de los Apóstoles, seremos verdaderos testigos del Señor resucitado, que es la Salvación divina para un mundo ávido de comprensión y de amor.


Fernando Soares
Obispo emérito
de la Iglesia Lusitana Católica Apostólica Evangélica (Comunión Anglicana)

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